11 tipos planearon aquella tarde arruinarle la vida. Y lo lograron.
Fue un mediodía caluroso de un primero de diciembre. La locura y la muerte se arrebujaron entonces en las manos de once hijos de puta (dicho con todo cariño).
La calle se llama Ayacucho, pero ésta es otra batalla.
El capitán Humberto Antonio Viola, 31 años, estaciona su auto Citroen Ami 8 frente a la casa de Ayacucho 233, a pocas cuadras de centro de la capital tucumana. Allí viven sus padres.
De pronto, tres autos le cierran el paso. No avisan. Nunca avisan. Ellos hablan con balas. Disparos, gritos, confusión. Humberto Antonio Viola trata de defenderse y defender a los suyos, sabe de memoria cómo matan estos tipos. Se desespera, sabe que después de las ráfagas primeras vendrán a rematarlos. Siempre hacen lo mismo. Quiere defenderse, pero un escopetazo lo mata en acto.
En el asiento de atrás queda muerta también su hija María Cristina, de 3 años. Otra bala se clava en la cabeza de María Fernanda, su otra hija de 6 años.
El país que la mira, grita venganza… también tiene las suyas.
Los asesinos que ese mediodía le arruinaron la vida, escaparon con una sonrisa en los labios. Así lo dicen todos los testigos. Se fueron satisfechos, como disfrutando la muerte. Se enjuagaron un poco la sangre. Tal vez aún festejaban la victoria de tanta muerte. Los imagino… sentados en una mesa frente a la máquina de escribir. Y con los cuerpos aún tibios, velados por la Patria, contaron así su puta hazaña:

Hubo un antes y hubo un después en el grito del pueblo. Vaya si lo hubo.
Los asesinos de los Viola se sacaron la careta, y se burlaron delante de todos aquél mediodía caluroso de una Tucumán inundada de sangre.
36 Años Después
El estado encontró a los asesinos. Y los enjuició y los condenó. La condena… cadena perpetua. Pero la perpetuidad de la condena duró ocho años. A los ocho años los asesinos salieron en libertad. Ahí está Maby, con su hija lacerada por las heridas, caminando las calles de Yerba Buena junto a Fermín Núñez, uno de los asesinos.
“Nosotros no tuvimos derechos humanos. Ellos sí tuvieron, pero nosotros no”, dice Maby intentando esconder las lágrimas que le caen a mares.
Hoy se cumplen 36 años de aquél mediodía de locura y de muerte. Hace exactamente un año, la Cámara Federal de Apelaciones de Tucumán convocó a una Audiencia Pública histórica, para que Maby Picón de Viola expusiera sus argumentos. Ella quiere justicia. Pide que el asesinato de su hija y de su marido sean declarados delitos de lesa humanidad. A esta instancia se llegó luego que el juez federal subrogante Daniel Bejas negara la reapertura del expediente. Ante esta situación, el abogado de la familia Viola, Javier Vigo Leguizamón presentó un recurso de apelación ante la Cámara Federal. En la audiencia pública, Javier Vigo Leguizamón expuso de manera brillante los argumentos por los cuales la familia Viola piensa que los crímenes de Cristina y su papá deben ser considerados delitos de lesa humanidad. “Hubo un simulacro de sentencia y una violación a los derechos humanos de la familia, porque viola el derecho de igualdad ante la ley y la de tener un proceso justo”. Dice el abogado. “El aspecto central que mantenemos es que no se puede cerrar un caso sin investigación, como hizo el juez Bejas”.
El abogado afirma que el Procurador General de la Nación, Esteban Righi, instruyó a los fiscales para que no investigaran delitos cometidos por los terroristas en Argentina. No obstante el pedido del Procurador Esteban Righi, (el mismo personaje que tras la asunción del presidente Cámpora, elaboró en pocas horas una amnistía amplia para liberar a todos los terroristas detenidos y condenados).
Mientras tanto, Maby Picón lucha contra su dolor profundo, y contra la injusticia de estos tiempos. Es que hoy gobiernan muchos de los que en los 70 militaban en las organizaciones terroristas:
“Yo perdoné a los asesinos. Hoy el odio, el rencor, el deseo de venganza, la corrupción, la injusticia y la inseguridad han dividido a los argentinos. Los ha enfrentado nuevamente. No ya en una guerra revolucionaria con las armas, sino en la peor de las guerras revolucionarias, la que se lleva a cabo desde el poder. Estoy convencida de que si cada uno de los argentinos pusiera una mínima parte de voluntad para perdonar, todo sería distinto. Yo ya lo hice. Perdoné a los asesinos de Humberto y Cristinita. Ahora estoy esperando que se haga justicia”.
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