VANIDAD Y SENTIDO COMÚN
por Carlos Berro Madero
carlosberro24@gmail.com
“Algunas personas suelen ser extremadamente vanas; un amor propio mal entendido les inspira el deseo de singularizarse en todo; y, al fin, llegan a contraer un hábito de apartarse de lo que piensan y dicen los demás; esto es, de ponerse en contradicción permanente con el sentido común”
- Jaime Balmes
Estamos seguros que el filósofo español Balmes no conoció a Cristina Kirchner, porque falleció en 1848.
Sin embargo, da la impresión de que su espíritu hubiera estado en las cercanías de algún acto oficial cuando la Presidente nos aturde con sus intempestivas diatribas generalizadas.
No hay duda alguna que la naturaleza nos dota al nacer de ciertas características personales de las que debiéramos ser conscientes, evitando de tal modo que concibamos el mundo que nos rodea solo por el nivel de “desagrado” que éste nos produce.
Esto vale para todos, incluida la Presidente.
Si se ocupara en hacer un examen de conciencia con verdadero interés y usando el sentido común, podría notar cuáles son sus límites e inclinaciones naturales, tratando de dedicarse entonces a las faenas para las que experimentara más ingenio y destreza.
Con seguridad, no consistirían en la tarea de ser jefe de un gobierno. O por lo menos no ejercer el cargo sin hacerse asesorar adecuadamente.
No sabemos qué consejo sería factible darle a Cristina al respecto para que moderara los arranques temperamentales producto de su impotencia para concebir la realidad, pero creemos percibir que aunque lo supiéramos no nos oiría. Está visto que solo insiste en condenarse a sí misma a ejercer tareas para las que no ha nacido.
La violencia latente en su personalidad, no le permite disimular -a pesar de su esfuerzo-, su falta de habilidad para establecer algún tipo de empatía con las personas que la contradigan –aunque tengan razón y la aconsejen bien-, y el mundo que concibe es siempre tortuoso y
grandilocuente.
Por ese motivo, mientras avanza dando violentos golpes de timón, vuelve siempre su mirada atrás, retornándola –ad nauseam- hacia un pasado que no parece haber “digerido” y al que, por tal motivo, escudriña con obsesión.
El país entero depende hoy de sus desequilibrios emocionales.
Los temas del gobierno en estos días son casi exclusivamente: qué va a decir Cristina, qué es lo que le gusta más o menos, cuáles “favoritos” caerán en desgracia con ella y quiénes ocuparán su lugar.
Todo esto teatralizado con “pompas y fastos” mientras utiliza la Cadena Nacional de Noticias al mejor estilo fascista.
En sus últimas apariciones públicas, se ha entretenido en dirigir sus dardos contra algunos funcionarios que acompañaron en otros años a ella y su marido que, en su opinión, no hicieron bien los “deberes” y propusieron programas que, de haber sido aprobados, hubieran impedido lo que ella desea más que nada en este mundo: poder mantenerse en el cenit de su vana glorificación personal.
Los discursos de quienes la rodean servilmente -que la aplauden como una claque de adolescentes cuando habla-, siguen su “partitura” y utilizan los mismos argumentos cada vez que se presentan ante la opinión pública.
Hace pocos días, el presidente del Uruguay -un ex revolucionario cansino y bonachón-, que vive prácticamente de frutillas silvestres y pan de campo amasado, se refirió al gobierno argentino. Dijo que sus funcionarios son “difíciles”, pero que él estaba imposibilitado de “escupirles en el ojo” (sic), debiendo por lo tanto “poner la pechera al frente” (sic).
A nuestro entender, se quedó corto con sus expresiones.
A la cabeza del marasmo político y económico que vivimos está además una persona que, como la Presidente, actúa bajo la influencia de sus caprichos imperiales y no parece ver que nos estamos sumiendo en el mundo del “paco”, la delincuencia, una inflación imparable y una corrupción repugnante.
En su excelsa vanidad, nos sigue presionando para tratar de que sacrifiquemos el resto de nuestras vidas por “la causa” que la desvela: la corrección de supuestos errores del pasado mediante un nuevo “relato” en el que brille fulgurante su propio ego.
Sería oportuno decirle, parodiando las palabras dirigidas por Beatriz Sarlo al periodista Barone en un reportaje de “6,7 y 8”: “con nosotros no, Cristina”; a lo que podríamos añadir utilizando una de sus increíbles “metáforas” televisivas (con alguna reserva de estilo): la que nos está “empomando” en realidad es Ud. señora.
Como antes lo hizo con los habitantes de Santa Cruz, a quien Ud. y su marido -después de haberse enriquecido escandalosamente-, sumieron en una miseria que hoy está a la vista.
miércoles, 25 de julio de 2012
VANIDOSA
VANIDAD Y SENTIDO COMÚN
por Carlos Berro Madero
carlosberro24@gmail.com
“Algunas personas suelen ser extremadamente vanas; un amor propio mal entendido les inspira el deseo de singularizarse en todo; y, al fin, llegan a contraer un hábito de apartarse de lo que piensan y dicen los demás; esto es, de ponerse en contradicción permanente con el sentido común”
- Jaime Balmes
Estamos seguros que el filósofo español Balmes no conoció a Cristina Kirchner, porque falleció en 1848.
Sin embargo, da la impresión de que su espíritu hubiera estado en las cercanías de algún acto oficial cuando la Presidente nos aturde con sus intempestivas diatribas generalizadas.
No hay duda alguna que la naturaleza nos dota al nacer de ciertas características personales de las que debiéramos ser conscientes, evitando de tal modo que concibamos el mundo que nos rodea solo por el nivel de “desagrado” que éste nos produce.
Esto vale para todos, incluida la Presidente.
Si se ocupara en hacer un examen de conciencia con verdadero interés y usando el sentido común, podría notar cuáles son sus límites e inclinaciones naturales, tratando de dedicarse entonces a las faenas para las que experimentara más ingenio y destreza.
Con seguridad, no consistirían en la tarea de ser jefe de un gobierno. O por lo menos no ejercer el cargo sin hacerse asesorar adecuadamente.
No sabemos qué consejo sería factible darle a Cristina al respecto para que moderara los arranques temperamentales producto de su impotencia para concebir la realidad, pero creemos percibir que aunque lo supiéramos no nos oiría. Está visto que solo insiste en condenarse a sí misma a ejercer tareas para las que no ha nacido.
La violencia latente en su personalidad, no le permite disimular -a pesar de su esfuerzo-, su falta de habilidad para establecer algún tipo de empatía con las personas que la contradigan –aunque tengan razón y la aconsejen bien-, y el mundo que concibe es siempre tortuoso y
grandilocuente.
Por ese motivo, mientras avanza dando violentos golpes de timón, vuelve siempre su mirada atrás, retornándola –ad nauseam- hacia un pasado que no parece haber “digerido” y al que, por tal motivo, escudriña con obsesión.
El país entero depende hoy de sus desequilibrios emocionales.
Los temas del gobierno en estos días son casi exclusivamente: qué va a decir Cristina, qué es lo que le gusta más o menos, cuáles “favoritos” caerán en desgracia con ella y quiénes ocuparán su lugar.
Todo esto teatralizado con “pompas y fastos” mientras utiliza la Cadena Nacional de Noticias al mejor estilo fascista.
En sus últimas apariciones públicas, se ha entretenido en dirigir sus dardos contra algunos funcionarios que acompañaron en otros años a ella y su marido que, en su opinión, no hicieron bien los “deberes” y propusieron programas que, de haber sido aprobados, hubieran impedido lo que ella desea más que nada en este mundo: poder mantenerse en el cenit de su vana glorificación personal.
Los discursos de quienes la rodean servilmente -que la aplauden como una claque de adolescentes cuando habla-, siguen su “partitura” y utilizan los mismos argumentos cada vez que se presentan ante la opinión pública.
Hace pocos días, el presidente del Uruguay -un ex revolucionario cansino y bonachón-, que vive prácticamente de frutillas silvestres y pan de campo amasado, se refirió al gobierno argentino. Dijo que sus funcionarios son “difíciles”, pero que él estaba imposibilitado de “escupirles en el ojo” (sic), debiendo por lo tanto “poner la pechera al frente” (sic).
A nuestro entender, se quedó corto con sus expresiones.
A la cabeza del marasmo político y económico que vivimos está además una persona que, como la Presidente, actúa bajo la influencia de sus caprichos imperiales y no parece ver que nos estamos sumiendo en el mundo del “paco”, la delincuencia, una inflación imparable y una corrupción repugnante.
En su excelsa vanidad, nos sigue presionando para tratar de que sacrifiquemos el resto de nuestras vidas por “la causa” que la desvela: la corrección de supuestos errores del pasado mediante un nuevo “relato” en el que brille fulgurante su propio ego.
Sería oportuno decirle, parodiando las palabras dirigidas por Beatriz Sarlo al periodista Barone en un reportaje de “6,7 y 8”: “con nosotros no, Cristina”; a lo que podríamos añadir utilizando una de sus increíbles “metáforas” televisivas (con alguna reserva de estilo): la que nos está “empomando” en realidad es Ud. señora.
Como antes lo hizo con los habitantes de Santa Cruz, a quien Ud. y su marido -después de haberse enriquecido escandalosamente-, sumieron en una miseria que hoy está a la vista.
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