martes, 9 de julio de 2013
FIN DE CIKLO
Por Agustín Laje (*)
En febrero del año 2010, el sobresaliente politólogo Rosendo Fraga publicaba Fin de ciKlo, un excelente libro dedicado al análisis histórico-político del fenómeno kirchnerista abordado desde el año 2003 hasta principios del 2010. En el título de su obra, Fraga hizo explícita su hipótesis: estábamos asistiendo al fin de un ciclo que tendría su punto de inflexión en la caída del kirchnerismo. Era lo que la mayoría de los espectadores advertía. Los datos de la realidad parecían inexpugnables, y otorgaban certeza a tal conjetura: la guerra contra el campo en 2008 se había perdido; la guerra contra los medios independientes del poder político comenzaba; la economía tambaleaba por el descenso del precio de los commodities del año 2009; las elecciones legislativas de este último año también habían derivado en un rotundo fracaso para el kirchnerismo y, como corolario de todo esto, la imagen del matrimonio estaba en caída libre.
Lo que nadie tenía previsto por entonces, sería la proximidad de un “imponderable” de gran magnitud: la muerte de Néstor Kirchner, que disparó la popularidad de su mujer y todas las suposiciones de un “fin de ciclo” se vinieron abajo. Contrastar las encuestas de aquellos días ilustra con gran precisión el efecto político del imponderable en cuestión: en octubre de 2010 –a un mes de la muerte de Néstor– Poliarquía publicaba una encuesta en la que Cristina tenía apenas un 13% de aprobación y su marido un 10%. Dos meses después del deceso, la misma consultora daba cuenta de un 38% de aprobación para la mandataria, guarismo que iría incrementándose hasta alcanzar el 54% en octubre de 2011.
Revisar lo que vivimos hace apenas tres años debiera darnos algunas lecciones, como que los imponderables en política pueden cambiar de cabo a rabo todo el estado de cosas de un instante a otro. O como que el triunfalismo tiene su parte positiva en tanto que levanta nuestra moral mientras inunda de derrotismo al adversario, pero también su parte negativa, en tanto que corremos el riesgo de dormirnos en laureles que ni siquiera han llegado aún.
Los sectores que se ubican en la vereda del frente del kirchnerismo están experimentando al calor del año 2013 un optimismo bastante parecido al del año 2010. Los datos de la realidad, nuevamente, dan certeza a la renovada conjetura de un fin de ciclo: la guerra contra los medios independientes está siendo perdida por el kirchnerismo, dado que éste fracasó en su intento de tejer una inmensa red de medios que impongan el relato, pues la audiencia de estos mass media oficialistas (exceptuando el fútbol estatizado) es insignificante; el control político de la Justicia parece no tener cauce; la economía se ha estancado, el desempleo se ha incrementado y la inflación continúa haciendo estragos; la sociedad civil ha empezado a reaccionar con masivas protestas; la alianza con los sindicatos se estropeó; la imagen de Cristina cayó estrepitosamente si la comparamos con octubre de 2011 y, como corolario final, las elecciones legislativas de octubre de este año prometen derivar en un rotundo fracaso para el kirchnerismo. En efecto, éste perderá en amplios rincones de la Argentina: la visión negativa hacia el gobierno se agudiza, por ejemplo, en ciudad de Buenos Aires, Córdoba, Rosario, Santa Fe, Santa Cruz, Corrientes, Mendoza, entre otros. En lo que respecta a la provincia de Buenos Aires, Poliarquía dio cuenta recientemente de que Sergio Massa le saca casi 11 puntos al candidato K Martín Insaurralde.
Pero el optimismo debe ser moderado para no estrellarnos contra una pared como en 2010. Primero que nada, porque en política los imponderables pueden torcer repentinamente el rumbo como ya se dijo. En segundo lugar –y probablemente más importante todavía– porque para que exista un verdadero “fin de ciclo”, no sólo debe caer el kirchnerismo en términos de propuesta política, sino que debe caer el kirchnerismo en términos de propuesta ideológica-cultural.
Si en alguna dimensión ha triunfado decisivamente el kirchnerismo, esa ha sido en la cultural, fundamentalmente por no tener oposición ideológica. En efecto, son los intelectuales (el gobierno ha sabido reclutarlos muy bien) los que fabrican el cemento ideológico que configura el “sentido común” del que hablaba el filósofo marxista Antonio Gramsci en sus Cuadernos de la cárcel, pues “toda afirmación del sentido común presupone una filosofía implícita pasivamente aceptada”. Y todo “sentido común” esconde una estructura hegemónica de pensamiento.
Los comisarios culturales del kirchnerismo han logrado levantar ese edificio ideológico que moldeó el “sentido común” del argentino del siglo XXI, impregnado de ideas estatistas y colectivistas sobradamente oxidadas y probadamente fracasadas, alejadas por completo del “sentido común” que profesan los ciudadanos de los países más avanzados y serios del mundo.
Un fin de ciclo kirchnerista, luego, no puede provenir sólo de un triunfo en el terreno político, si éste no es acompañado por un desguace en el terreno ideológico-cultural. Va de suyo que será una tarea ardua, pues tantos años de adoctrinamiento populista –embozado y desembozado– es difícil de contrarrestar. Pero si todo resulta como está previsto, y la eventual derrota del kirchnerismo en octubre imposibilita una reforma constitucional que eternice a Cristina Kirchner, no debemos dormirnos en los laureles que aún no habrán llegado. En efecto, la verdadera batalla recién habrá comenzado, y su esencia será fundamentalmente ideológico-cultural.
(*) Es autor del libro Los Mitos Setentistas, y director del Centro de Estudios LIBRE. En agosto publicará nuevo libro sobre el kirchnerismo, en coautoría con Nicolás Márquez.
agustin_laje@hotmail.com | www.agustinlaje.com.ar | @agustinlaje
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