lunes, 11 de noviembre de 2013
ENFERMA
ENFERMA
La enfermedad que nos preocupa
Por Nicolás Márquez
Cuanto más sólidas son las instituciones de un Estado republicano, menos trascendencia tiene la figura del Presidente. En sentido contrario, cuanto más débil es el armazón institucional en cuestión, el Presidente adquiere visos de caudillo providencial y paternal. Este sencillo esquema de relación de fuerzas es el que nos explica por qué cuando Hugo Chávez informó sobre su cáncer y posteriormente se internó en Cuba, seguidamente se generó un descalabro institucional de proporciones, abriéndose a debate un sinfín de especulaciones que a casi un año de su deceso perduran con plena vigencia en Venezuela. De manera contraria a la del presidencialista país latinoamericano, apenas se conoce el nombre del Presidente de Australia, de Canadá o el de Noruega.
Por supuesto que la Argentina kirchnerista no es ajena al razonamiento expuesto pareciéndose en mucho a Venezuela, país que como se sabe es aliado nuestro tanto en lo político como en lo ideológico y, por sobre todo, en los grandes negociados bilaterales (la Embajada paralela, la valija de Antonini Wilson y las coimas oportunamente denunciadas por el ex Embajador Sadous son parte ínfima de estos sórdidos entuertos).
Tras la enfermedad real o presunta que mantuvo a Cristina fuera de su función presidencial durante un mes, se generó un gran manto de zozobra no sólo por las causas antedichas, sino porque formalmente el poder fue delegado en la persona del Vicepresidente, dato que no sería escandaloso de no ser por el hecho de que el benemérito personaje ostenta 54 causas en su contra por enriquecimiento ilícito. ¿Quién manda en la Argentina?, esta y no otra fue la pregunta más repetida en las últimas semanas, puesto que en este lapso el ministro del Interior Florencio Randazzo se ufanó de estatizar los ferrocarriles tomando las decisiones por sí, en tanto que en el seno del Ministerio de Economía se generó una situación anárquica en la cual nadie supo a ciencia cierta si las últimas medidas las tomó el deslucido Ministro Hernán Lorenzino (titular de la cartera), Axel Kicillof (Vice-Ministro), Amado Boudou (ex Ministro de Economía y Presidente de circunstancia) o el extravagante secretario de Comercio Guillermo Moreno.
Según los ambiguos comunicados oficiales, ahora “se supone” que la paciente se siente mejor y retomaría parcialmente sus funciones presidenciales. Por supuesto que ante esta noticia no faltaron las cavilaciones que alegaron que el productor de espectáculos Javier Grossman (actual responsable de Tecnópolis y que filmara los festivales del Bicentenario además del velorio de Néstor Kirchner) montaría una festiva escenografía triunfal sobre el retorno de Cristina, a fin de sensibilizar o conmover a sus muchedumbres militantes y clientelares.
Respecto a la naturaleza de la enfermedad de Cristina en sí, dentro del cúmulo de rumores acontecidos, en un extremo no faltaron los que alegaron que ella padeció un demoledor accidente cardiovascular que la incapacitó para siempre, hasta quienes sostuvieron que nada aquejó a Cristina y que su “dolencia” no habría sido más que un renovado invento propagandístico del régimen para alejar a la Presidente de la derrota electoral de octubre, morigerar las críticas de la oposición al suponerla doliente y apelar a la compasión sociológica, aquella misma que el kirchnerismo supo explotar exitosamente echando mando al duelo y luto de Cristina tras la muerte de Néstor en el año 2010.
Teorías, corrillos, vaticinios y especulaciones al margen, desde estas líneas consideramos que a la postre importa un comino la salud de Cristina puesto que, ni la tiroides ni los hematomas cerebrales son los núcleos de la enfermedad capital que la aqueja, sino su ideología socialista, su apetito desordenado de poder y su falta total de escrúpulos a la hora de ejercerlo. En efecto, la palabra “enfermedad”, entre sus diversas acepciones, es definida por la Real Academia Española como “Anormalidad dañosa en el funcionamiento de una institución o colectividad”, ante lo cual, queda confirmado que se puede gozar de una excelente salud física pero a la vez apestar y corromper las fibras más íntimas de una comunidad.
Finalmente, desde el punto de vista humano los allegados a la paciente de marras tienen todo el derecho a solidarizarse o alegrarse por su presunta recuperación. Pero para quienes no somos ni parientes ni personal rentado de la déspota sino simples ciudadanos que padecemos su patológica administración gubernamental, no sólo no estamos obligados a sentirnos acongojados por ningún sobresalto clínico suyo, sino que lo que verdaderamente nos preocupa es la terrible indisposición institucional que se enquistó con deletéreas ramificaciones en todos los poderes del Estado. Todas las demás preocupaciones ajenas a esta última, no debería tener mayor relevancia que la propia del anecdotario técnico transcripto en la carpeta médica de un transitorio funcionario público.
La Prensa Popular | Edición 249 | Lunes 11 de Noviembre de 2013
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