El fundamentalismo mediático oficialista
Por Carlos S. La Rosa
La presidenta de la Nación dio el puntapié inicial al comparar su lucha contra el periodismo con la que libra su par de Rusia, Vladimir Putin. Ambos se creen víctimas de un enemigo infinitamente más poderoso que ellos, quien desde hace siglos tiene el tupé de mostrar desnudos a reyes y reinas.
Pero mientras el ex soviético no se anda con chiquitas y cuando algún cronista no le gusta se ocupa de que no hable más, su colega argentina optó por otra solución: desnudar ella a los periodistas para que, a la fin, todos quedemos desnudos. Se trata de una alternativa más ingeniosa que la tradicional represiva de Putin.
La propuesta argentina la explica, y se muestra feliz ante ella, el periodista de Página 12, el locutor Eduardo Aliverti cuando sostiene: "Se solía decir, y algunos todavía se animan a hacerlo, que entre los gobiernos y el periodismo hay -debe haber- un conflicto permanente, porque la función periodística consiste en fiscalizar a las oficialismos del signo que fuere. Denunciar la corrupción oficial. La pregunta sería qué pasa cuando es un gobierno el que denuncia las andanzas y la corrupción del periodismo".
En estas palabras está muy bien sintetizada la propuesta mayor del kirchnerismo con respecto a la prensa: la mejor forma de tapar la corrupción del Estado es acusar de corrupción a los que la denuncian. En vez de reprimir la voz de la prensa, hundila en el fango, así estaremos en el mismo barro todos manoseados.
El primer paso, entonces, es considerar al periodismo mucho más poderoso de lo que realmente es, de modo que uno -aunque ejerza el superior poder de la Nación- aparezca como una víctima indefensa ante esos demonios ocultos bajo las plumas de canallas que ponen su falso prestigio al servicio de intentos destituyentes hacia los elegidos por la voluntad popular.
El segundo paso consiste en dar vuelta la taba y transformar al Estado en un actor periodístico que denuncia al resto de los periodistas por corruptos y golpistas.
Finalmente, para que todo cierre, hay que leer lo que dice otro periodista al servicio de la patria oficialista, el columnista de Tiempo Argentino Demetrio Iramain: "Las mentiras de los medios concentrados y su todavía potente capacidad de penetrar y crear sentido, dan cuenta de ese desafío aún pendiente. ¿Quien impondrá finalmente su razón. Clarín o la verdad histórica?"
Vale decir, el último paso para llegar al objetivo final de que el periodismo desaparezca, es el de equiparar al gobierno con la verdad histórica y al periodismo con la mentira absoluta. No se trata de un enfrentamiento entre opiniones distintas o ni siquiera entre verdades parciales, sino entre la mentira y la verdad totales.
La Presidenta se lo dijo a Putin con todas las letras cuando expresó su ambición de máxima: llegar a un mundo sin intermediarios, que en su particular léxico es un mundo sin periodistas, donde el gobierno le pueda explicar al pueblo directamente la verdad y el pueblo aceptar esa única voz.
Como dijimos al principio, una propuesta mucho más ambiciosa que la meramente represiva de Putin o de las dictaduras convencionales. El gobierno no quiere prohibir al periodismo sino ser él el único periodista y deslegitimar al resto con la difamación constante.
La propuesta ya está lanzada y en plena ejecución. Ahora sólo falta que el pueblo escuche las radios, lea los diarios o mire la tevé oficialistas. Algo que, por ahora, les está costando bastante.
martes, 21 de octubre de 2014
LA FUNDAMENTALISTA
El fundamentalismo mediático oficialista
Por Carlos S. La Rosa
La presidenta de la Nación dio el puntapié inicial al comparar su lucha contra el periodismo con la que libra su par de Rusia, Vladimir Putin. Ambos se creen víctimas de un enemigo infinitamente más poderoso que ellos, quien desde hace siglos tiene el tupé de mostrar desnudos a reyes y reinas.
Pero mientras el ex soviético no se anda con chiquitas y cuando algún cronista no le gusta se ocupa de que no hable más, su colega argentina optó por otra solución: desnudar ella a los periodistas para que, a la fin, todos quedemos desnudos. Se trata de una alternativa más ingeniosa que la tradicional represiva de Putin.
La propuesta argentina la explica, y se muestra feliz ante ella, el periodista de Página 12, el locutor Eduardo Aliverti cuando sostiene: "Se solía decir, y algunos todavía se animan a hacerlo, que entre los gobiernos y el periodismo hay -debe haber- un conflicto permanente, porque la función periodística consiste en fiscalizar a las oficialismos del signo que fuere. Denunciar la corrupción oficial. La pregunta sería qué pasa cuando es un gobierno el que denuncia las andanzas y la corrupción del periodismo".
En estas palabras está muy bien sintetizada la propuesta mayor del kirchnerismo con respecto a la prensa: la mejor forma de tapar la corrupción del Estado es acusar de corrupción a los que la denuncian. En vez de reprimir la voz de la prensa, hundila en el fango, así estaremos en el mismo barro todos manoseados.
El primer paso, entonces, es considerar al periodismo mucho más poderoso de lo que realmente es, de modo que uno -aunque ejerza el superior poder de la Nación- aparezca como una víctima indefensa ante esos demonios ocultos bajo las plumas de canallas que ponen su falso prestigio al servicio de intentos destituyentes hacia los elegidos por la voluntad popular.
El segundo paso consiste en dar vuelta la taba y transformar al Estado en un actor periodístico que denuncia al resto de los periodistas por corruptos y golpistas.
Finalmente, para que todo cierre, hay que leer lo que dice otro periodista al servicio de la patria oficialista, el columnista de Tiempo Argentino Demetrio Iramain: "Las mentiras de los medios concentrados y su todavía potente capacidad de penetrar y crear sentido, dan cuenta de ese desafío aún pendiente. ¿Quien impondrá finalmente su razón. Clarín o la verdad histórica?"
Vale decir, el último paso para llegar al objetivo final de que el periodismo desaparezca, es el de equiparar al gobierno con la verdad histórica y al periodismo con la mentira absoluta. No se trata de un enfrentamiento entre opiniones distintas o ni siquiera entre verdades parciales, sino entre la mentira y la verdad totales.
La Presidenta se lo dijo a Putin con todas las letras cuando expresó su ambición de máxima: llegar a un mundo sin intermediarios, que en su particular léxico es un mundo sin periodistas, donde el gobierno le pueda explicar al pueblo directamente la verdad y el pueblo aceptar esa única voz.
Como dijimos al principio, una propuesta mucho más ambiciosa que la meramente represiva de Putin o de las dictaduras convencionales. El gobierno no quiere prohibir al periodismo sino ser él el único periodista y deslegitimar al resto con la difamación constante.
La propuesta ya está lanzada y en plena ejecución. Ahora sólo falta que el pueblo escuche las radios, lea los diarios o mire la tevé oficialistas. Algo que, por ahora, les está costando bastante.
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