jueves, 23 de junio de 2016
IGLESIA Y TORMENTA
El costado menos pensado del escándalo de corrupción K: la Iglesia queda en el ojo de la tormenta política
Por Fernando Gutierrez
El monasterio que fue escenario de la detención de López, el descubrimiento de las misteriosas bóvedas, los vínculos entre el fallecido obispo Di Monte con funcionarios K han despertado suspicacias. Y se hace una relectura política de los gestos amistosos del Papa a las figuras más cuestionadas
Veinte siglos de historia le han enseñado a la Iglesia Católica cómo preservarse de las vicisitudes del poder político, de tal forma que, aunque los gobiernos pasen, el poder de la institución religiosa siempre quede.
Es por eso que no deja de sorprender cómo la Iglesia argentina quedó envuelta en una situación como la que se vive hoy en día.
No solamente fue escenario del hecho anecdótico de la detención de José López en la célebre madrugada de los bolsos con billetes, sino que cada vez va quedando más en el centro de este nuevo escándalo de corrupción que conmueve a la sociedad argentina.
En el caso de los funcionarios K, a fin de cuentas, no le sorprende tanto a la opinión pública. Porque si bien los detalles de bolsas, fajos termo sellados y bóvedas pueden ser espectaculares, lo que está ocurriendo es algo que muchos habían pronosticado.
Concretamente, predecían que estando fuera del poder se iba a empezar a develar una trama de corrupción que era conocida desde hacía años.
En cambio, lo de la Iglesia es otra cosa.
Justo en pleno papado de Jorge Bergoglio, justo cuando la Argentina está en la lupa del mundo católico, las sospechas empiezan a manchar a la institución eclesiástica.
No sólo sorprende, sino que se suponía que ocurriría todo lo opuesto: a fin de cuentas, los años de un duro discurso crítico hacia el kirchnerismo por parte del entonces arzobispo Bergoglio hacían pensar que la Iglesia quedaría parada del lado de los acusadores y no de los acusados.
Lo cierto es que está sucediendo lo contrario.
Quién hubiera dicho que jerarcas eclesiásticos como el arzobispo de Mercedes-Luján, monseñor Agustín Radrizzani, tendrían que salir a dar explicaciones sobre los vínculos del monasterio de General Rodríguez con la política.
Más aun, tener que aclarar sobre el sentido de la bóveda camuflada en el templo.
Impensado pero cierto: en la pantalla de TN, en diálogo con Nelson Castro y con Sergio Rubin, un comunicador cercano al Papa (tanto que muchos le atribuyen una función extraoficial de vocero de Francisco) fue interpelado sobre el origen de los fondos para las refacciones.
También, por las razones que llevaron a colocar cámaras infrarrojas de última tecnología y, claro está, por la función de la ya célebre bóveda.
Incómodo, impreciso, poco convincente, monseñor Radrizzani intentó una defensa.
Pero sus palabras no alcanzaron para despejar las dudas respecto de cuál era el objetivo de la millonaria refacción en la residencia de las monjitas nonagenarias que, por cierto, no saben manejar el circuito de TV.
Tampoco resultó persuasivo respecto del presunto uso como cámara fúnebre para la bóveda ubicada a metros del altar.
El prelado no explicó por qué esa obra no estaba en los planos, ni por qué estaba camuflada, ni por qué los perros entrenados para olfatear dólares habían señalado ese preciso lugar.
Permaneció con un sugestivo silencio cuando Nelson Castro le dijo que su antecesor -el fallecido obispo Rubén Di Monte- era un exponente de lo que San Agustín llamaba "iglesia prostituta y pecadora".
Pero, tal vez, la actitud más desconcertante es que el mismo día de la detención de López se apresuró a aclarar que ese monasterio no era oficialmente parte de la Iglesia, sino una institución independiente. Sin embargo, la Iglesia es la que asumió la responsabilidad de dar explicaciones.
En este marco, la sensación que se percibe es que así como en el kirchnerismo hay un intento por "encapsular" las acusaciones de corrupción en López para preservar al movimiento político, también en la Iglesia puede trazarse una actitud paralela.
Hay cierta aceptación de posibles "pecados" de Di Monte al que Radrizzani no dudó en calificar como "amigo del poder, de los militares, de Carlos Menem y del matrimonio Kirchner".
El prelado contrastó ese estilo con el que predica el Papa Francisco, que pide "obispos con olor a oveja".
Pero, tal como le ocurre al kirchnerismo -que no logra ser persuasivo respecto de que López actuó en solitario-, también la Iglesia encuentra dificultades para explicar ciertas posturas como si fueran únicamente la consecuencia de un accionar individual.
En las últimas horas empezaron a salir a la luz detalles de la cercanía entre la plana mayor K y el mundo eclesiástico.
Por caso, la Justicia investiga pistas vinculadas con Julio De Vido, quien financió las obras de refacción del monasterio de General Rodríguez.
El propio Radrizzani contó que el ex ministro había estado tres veces en el convento y que periódicamente realizaba donaciones.
Muchos recordaron que el kirchnerismo, en su fase final, ya con Jorge Bergoglio transformado en Francisco y ocupando el trono de San Pedro, solía hacer alarde de su cercanía con la Iglesia. Y no sólo en el plano espiritual sino en el material.
Por ejemplo, en su último festejo del 25 de Mayo como presidenta, Cristina Kirchner destacó en el tedeum celebrado en Luján el aporte monetario del Estado para las obras de refacción en el célebre centro de peregrinación -que, coincidentemente, estaba bajo la administración de Di Monte, y ahora de Radrizzani-.
La otra "herencia"
El interrogante del momento es si, a su modo, la Iglesia intentará también un discurso que apunte a la "herencia recibida" y dará inicio a un operativo de transparencia.
Algo de esto parece interpretarse en los últimos gestos del Papa, preocupado por el hecho de que las donaciones de origen dudoso puedan empañar la tarea de acción social.
Luego de ordenar la devolución de los 16.666.000 pesos aportados por el gobierno de Mauricio Macri a la fundación Scholas Ocurrentes, el Vaticano pidió un informe financiero con el fin de auditar los aportes realizados durante la gestión kirchnerista.
Concretamente, mediante fondos de organismos tales como la Anses y los de una fundación gerenciada por la esposa del ex ministro De Vido.
La situación es todavía confusa, porque el ambiente político no termina de interpretar si Francisco está enojado con el macrismo -por un presunto intento de sacar rédito político en la donación a Scholas Ocurrentes- o si su actitud responde a un intento de preservar a la Iglesia, alejándola de toda sospecha de contaminación.
Lo cierto es que el kirchnerismo había celebrado, como si fuera su propia victoria política, el gesto del Papa de devolver esa donación. Lo hizo bajo el argumento de que la Iglesia no debía aceptar dinero de un Estado que debe afrontar situaciones urgentes en el plano social.
Pero lo cierto es que la fundación del Papa actúa en muchos países con serios problemas económicos y, en todos los casos, ha recibido aportes gubernamentales sin que los mismos generen un conflicto político.
De manera que el caso argentino resulta ser especial. Y esto quedó en evidencia con la comunicación oficial de la Iglesia: aunque había sido hecha en el marco de la ley, era mejor dejar las cosas como estaban.
Esto, a raíz de que "hay quienes pretenden desvirtuar este gesto institucional con el objetivo de generar confusión y división entre los argentinos".
El Gobierno parece no salir de su asombro por cómo la situación tensa con el Vaticano se prolonga sin que pueda encontrarle una solución.
De hecho, es la piedra en el zapato para una administración que se ha propuesto como objetivo "reinstalar a la Argentina en el mundo" y que mejoró relaciones con Estados Unidos y Europa.
Los funcionarios macristas parecen no saber qué hacer para complacer al Vaticano.
Han dado la razón al documento de la Pastoral Social en el que se advierte sobre los costos de un ajuste económico.
Han hecho la donación que luego fue devuelta.
La canciller Susana Malcorra aprovechó un foro de las Naciones Unidas en Roma para visitar al Papa y declarar que "no hay ninguna animosidad del Santo Padre hacia el presidente Macri".
Pero nada parece cambiar el clima que se ha instalado: no hay simpatía por parte de Francisco hacia la gestión macrista.
Hoy día, aquella consigna "cuiden a Cristina" -que se hiciera célebre en los dos últimos años del kirchnerismo- empieza a ser vista con otro prisma.
¿El peronismo es la solución?
En su momento, se pensaba que el Pontífice estaba naturalmente preocupado por clima social del país.
Y que le pedía a la clase política que se llegara a una transición pacífica, sin que el traspaso del poder implicara quiebres institucionales, estallidos sociales ni enfrentamientos políticos.
Hoy día, en cambio, hay quienes empiezan a releer los gestos papales como un alineamiento con la línea peronista.
Cristina había sido la primera en dar una interpretación local a la encíclica "Laudato si", de 2013, en la que Francisco hizo una dura crítica de las políticas económicas que promovían la exclusión.
En particular, el documento papal cuestionaba la llamada "teoría del derrame". Esa que propugna que los gobiernos deben propiciar un crecimiento económico y que la riqueza de los sectores de altos ingresos se derrame al resto de la sociedad.
"Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante", fue la frase papal que sonó como música para los oídos de los funcionarios kirchneristas.
En plena campaña electoral, Cristina no había tenido dudas sobre las simpatías del Papa.
Es que los planes macristas se alineaban con la teoría del derrame, mientras que ella representaba la preocupación por esa inclusión social que proclamaba Francisco.
"Muchos deberían leerlo al Papa, y no solamente venir a sacarse una foto con él", dijo en ese momento la ex Presidenta.
En un inicio, la postura del macrismo fue denunciar que el kirchnerismo quería hacer un uso político del Papa y tergiversar sus dichos.
Sin embargo, con el correr de los meses, la idea que empieza a instalarse es que, acaso, Cristina no estuviera tan equivocada.
Muy lejos de "cuidar a Macri", cada gesto del Papa parece una reivindicación del Gobierno anterior.
El rosario enviado de regalo a Milagro Sala, la entrevista con Hebe de Bonafini (en contraste con el desencuentro con Margarita Barrientos), la frialdad manifiesta hacia el Presidente, todo está siendo sometido a una relectura política a partir de los últimos acontecimientos.
Las críticas, antes apenas insinuadas o murmuradas, ahora son expresadas en voz alta por parte de figuras de alto perfil en el ámbito eclesiástico, como la vicepresidente Gabriela Michetti o la diputada Elisa Carrió.
La duda ahora, naturalmente, es cómo el Vaticano intentará resolver una equidistancia difícil: que la evidente antipatía que las políticas macristas generan en el Papa no sean confundidas con un aval de la Iglesia a la corrupción kirchnerista.
Algunos indicios de estas respuestas pueden verse en los movimientos internos del peronismo.
Ante la estampida provocada por los escándalos de corrupción, el sector más inclinado al peronismo tradicional se aleja del kirchnerismo y corre instintivamente a refugiarse en la Iglesia.
Intelectuales del ala izquierda kirchnerista, como Horacio Verbitsky, han advertido sobre "una inesperada inversión de roles".
"Las perspectivas populares y progresistas se fueron tiñendo de un matiz nacional-católico, mientras el neoliberalismo gobernante pasó a identificarse con las posiciones laicas que reivindican la primacía de lo político", afirmó.
A Verbitsky le preocupa la firma de un documento, impulsado por el presidente del Partido Justicialista, José Luis Gioja.
Es que ese peronismo se compromete a defender en el plano político ciertos postulados de la Iglesia, entre los cuales intuye una marcha atrás en políticas k, como la aceptación al matrimonio igualitario y nuevas conformaciones familiares.
Si así fuera, se le tendría que dar la razón a Guillermo Moreno.
Rápido de reflejos, el mismo día en que fuera anunciado como Papa, mandó a hacer una impresión de posters con la efigie de Francisco y la leyenda "Argentino y Peronista".
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