lunes, 1 de noviembre de 2010
NO SALGO DE MI ASOMBRO
Antes de la muerte de Néstor Kirchner hablaban de su ambición, de la corrupción y de su poder hegemónico para, sin solución de continuidad, pasar a hablar de jefe, líder, militante.
Por Roberto Cachanosky
Hasta diez minutos antes de la muerte de Néstor Kirchner, una legión de políticos, periodistas y medios de comunicación hablaban del santacruceño como el hombre que no tenía límites en su ambición de poder, de su proyecto hegemónico, de su falta de respeto por las instituciones, de las sospechas de corrupción… Repentinamente, la muerte lo transformó en el militante, en el hombre que llevaba la política en la sangre, el líder político, el jefe.
Nadie dice que haya que festejar la muerte de una persona ni faltar el respeto al dolor de su esposa, hijos, parientes, pero tampoco parece lógico que la muerte de Kirchner se traduzca automáticamente en una especie de amnistía a las cosas que hizo en vida usando el poder del Estado.
El debate no pasaba solamente por si uno estaba de acuerdo con su política fiscal, monetaria, la estatización del fútbol o de Aerolíneas Argentinas. Finalmente uno puede debatir esos temas dentro del marco de las ideas en un contexto de respeto.
El debate que se planteó durante mucho tiempo pasó por otro lado. Pasó por el mal que el hombre les hizo a muchas personas en forma individual y por el desprecio hacia la democracia republicana.
Por ejemplo, todavía recuerdo a Graciela Bevacqua, ex directora del IPC del INDEC, declarando en una comisión del Congreso y llorando cuando recordaba la forma en que había sido perseguida por el gobierno de Kirchner por no querer distorsionar el IPC. Es una profesional que vio truncada su carrera profesional en el INDEC y humillada su persona por las ambiciones del entonces presidente.
El mayor Pedro Mercado perdió su carrera militar porque su mujer escribió una carta de lectores que no fue del gusto del kirchnerismo. Otra persona que perdió su carrera profesional solo porque que su esposa, no él, ejerció la libertad de expresión, sometiendo a toda una familia a una situación de angustia.
¿Cuántos periodistas perdieron sus programas de radio por no ser kirchneristas?
¿Cuántos militares no han podido ascender o están presos por ser portadores de apellido, mientras muchos otros están presos sin sentencia para satisfacer las ansias de revancha de personas como Bonafini?
El listado podría seguir, pero como muestras valen estos ejemplos en que bajo la presión de Kirhcner hubo personas que sufrieron en carne propia el tener ideas diferentes o simplemente tener un apellido que no fuera de la simpatía del matrimonio.
En lo institucional estableció un modelo de control de los fondos públicos que se transformó una forma de subordinar a gobernadores e intendentes. Una forma de humillar a los pueblos de esas provincias o intendencias.
No acató los fallos de la justicia ignorando la división de poderes. El dato más reciente es el del fallo de la Corte Suprema de Justicia por el caso de procurador de la provincia de Santa Cruz. Primero reaccionaron contra la Corte y luego tuvieron que bajar los decibeles de agresión.
En el tema de la ley de medios, el fallo de la Corte dejando en suspenso el famoso artículo 161 se tradujo en un acto en el que Hebe de Bonafini insultó a los miembros de la Corte y amenazó con tomar el Palacio de Tribunales para hacer justicia por mano propia ante el silencio de Kirchner y Cristina Fernández.
Otro caso es el de los jubilados. La Corte emitió su fallo por el 82% móvil y el caso Badaro, pero el Ejecutivo no acata la orden y espera que se acumulen los juicios especulado con que muchos jubilados mueran antes de lograr una sentencia.
Néstor Kirchner manejó los fondos de los contribuyentes a su antojo al punto que hoy día es todo un misterio el destino que tuvieron los famosos fondos de Santa Cruz.
Tanto Néstor Kirchner como Cristina Fernández miraron para otro lado cuando las huestes de D’Elía salían a la calle a repartir trompadas, agredir y tomar la Plaza de Mayo, como si esa Plaza fuera solo de ellos, cuando pacíficamente había gente que se manifestaba contra la resolución 125.
También Kirchner adelantó las elecciones a su antojo el año pasado y forzó las candidaturas testimoniales para tratar de ganar en la provincia de Buenos Aires, sabiendo que jamás muchos de esos candidatos iban a asumir sus diputaciones. La cuestión era usar cualquier método con tal de lograr algunos votos más.
El listado podría seguir y posiblemente haya ejemplos más contundentes sobre el atropello a la democracia republicana. Mi punto es que respetar el dolor de una familia que pierde a uno de sus miembros no quita que si ese miembro actuó atropellando personas e instituciones quede exonerado por el simple hecho de morir.
No se trata de seguir fustigando a Kirchner como persona, sino que se trata de dejar en claro que no podemos aceptar que se puede pasar por la vida haciendo cualquier barbaridad, atropellado personas y e instituciones de la república sin que nada pase. No somos Dios para juzgar, pero tampoco debería ser lo mismo para la sociedad el honesto que el corrupto. El violento que el pacífico. El que respeta los derechos individuales que el que los avasalla. El que llega al poder y usa el monopolio de la fuerza para hacer respetar la ley, que el que lo usa en beneficio propio. El que usa los recursos del Estado con transparencia, que el que los usa a escondidas y como si fueran un patrimonio personal.
¿Qué valores morales, principios, ética están transmitiendo a la sociedad esos medios, periodistas y dirigentes políticos que ayer no escatimaban adjetivos calificativos para denunciar los atropellos, arbitrariedades y corrupción y acto seguido solo hablan de militante, jefe y líder, como si nada hubiese ocurrido en todos estos años en la Argentina? Francamente no salgo de mi asombro por la forma en que, repentinamente, periodistas, dirigentes político y medios cambiaron repentinamente su discurso.
Insisto, no es cuestión de ensañarse con una persona que ya no está, pero sí es obligación, si es que la crítica de entonces fue sincera, mostrar lo que no podemos aceptar los argentinos si queremos construir un país sobre bases morales sólidas.
Si queremos construir en serio un país, lo primero es resaltar la honestidad, la honradez, la integridad de las personas, la decencia. Luego debatiremos, dentro de un marco de respeto, si apertura económica sí o apertura no. Si tal impuesto o tal otro. Pero lo que no podemos aceptar es que las denuncias de corrupción, arbitrariedades, desprecio por las instituciones y las personas sean reemplazables, sin solución de continuidad, por las palabras jefe, militante o líder.
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